domingo, 25 de febrero de 2007

Donostia y alrededores

Durante los dos últimos meses llevábamos padeciendo lluvias y mal tiempo durante los fines de semana así que habíamos aplazado el viaje a San Sebastián desde hacía demasiado tiempo. Este finde, a pesar de que también habían dado lluvias en el norte, nos hemos arriesgado.
Partimos el viernes tarde de Logroño porque salimos a las tres de trabajar y tuvimos que comer y llevar a Fidel a una guardería canina. Cogiendo la nueva A-12 (autovía del camino) que une Pamplona y Logroño y después la famosa A-15 (autovía de Leitzarán) en poco más de hora y media ya estábamos en Donosti.
Al llegar, lo más difícil, buscar sitio para aparcar cerca del centro... y gratis... prácticamente imposible. Tras dar sucesivas vueltas a la zona y darnos pro vencidos, nos metimos en el parking del boulevard y allí aparcamos.
El jueves Edith reservó por Internet una pensión muy interesante, se trata de la Pensión Edorta, un alojamiento muy, muy recomendable. Se encuentra localizada en la calle del Puerto, en pleno casco viejo de la ciudad y a pesar de tener únicamente una estrella, es una pensión muy acogedora, donde realmente se está casi como en casa. ¿El precio?, pues 20 € nada más. El único inconveniente, pues que compartes baño con los inquilinos de las otras tres habitaciones del mismo piso.
Nuestra habitación

Al salir de la pensión ya era de noche y nos pusimos a pasear por los jardines de Alderdi Eder y por el Paseo de la Concha.
Los jardines de Alderdi Eder (hermoso paraje) me encantan, son los que están en frente del famoso ayuntamiento. Tanto a Edith como a mi nos gustaron mucho los árboles que hay allí plantados, son unos árboles bajitos y retorcidos que buscando luego por Internet he descubierto que se llaman tamarices, son de origen japonés y los han elegido porque son muy resistentes al clima costero.
Cuando ya íbamos por la Concha se puso a llover y ya casi no paró en toda la noche. Es el inconveniente que tiene venir a Donosti, la ciudad es preciosa pero llueve la mitad del año. Después marchamos por la calle San Martín a ver la
Catedral del Buen Pastor de estilo neogótico. Al salir de la catedral entramos a ver un FNAC que hay cercano. Después nos dirigimos a un bar cercanos a cenarnos un perrito caliente con patatas fritas. justo entonces me acaba de encontrar con un compañero del curro que estaba con la novia pasando el también el fin de semana por aquí, ¡hay que joderse, que pequeño es el mundo! Entre que no paraba de llover y que estábamos bastante cansados decidimos dar una mini-vuelta por el casco viejo y ya nos fuimos a dormir directos.



AyuntamientoTamarices en Alderdi Eder




Catedral del Buen Pastor

A la mañana siguiente rezamos para que no lloviera... pero no, no fue posible, estuvo lloviendo toda la pu** mañana. Y yo esta vez no me acordé de ponerme el jersey con capucha; acabé como una sopa.
Habíamos planeado subir al
monte Urgull, la montaña que separa las playas de la Concha y la de la Zurriola y desde la cual el Sagrado Corazón de Jesús que hay plantado en la cima, vigila toda la ciudad.. Antes de acometer la subida nos dimos una vuelta para ver los sitios típicos del casco viejo: la Plaza de la Constitución, la dos iglesias: la de Santa María y la de San Vicente y el Museo de San Telmo que anteriormente fue un convento. Desde la plaza de la trinidad ascendimos a Urgull. Es una montaña que me encantó, lo tiene todo, unas vistas acojonantes, un laberinto de paseos y caminos que lo recorren, una estupenda vegetación y unos cuantos lugares señalizados en los caminos muy bonitos para ser vistos, por ejemplo el Castillo de la Mota, construido en el S.XII por Sancho el Mayor o el Cementerio de los Ingleses, inaugurado en 1924 en reconocimiento a los oficiales ingleses muertos en la batalla de 1813.



Vistas del enfurecido mar desde Urgull
Cañón en los baluartes defensivos


El Sagrado Corazón
Una de las tumbas del cementerio

Bajamos de Urgull por el paseo de los curas llegando hasta el puerto viejo donde está el Museo Naval y el Aquarium, al acuario no quisimos entrar porque yo ya lo había visto en otra ocasión y a Edith como que le jode bastante el tema de ver animales encerrados, aunque sean peces.
Seguimos nuestro camino por el Paseo Nuevo, que rodea la base del monte Urgull. Ahí vimos la construcción vacía, una escultura de Jorge Oteíza. Pero lo mejor del paseo nuevo fueron las olas, tuvimos la suerte de que al salir un día revuelto, el mar andaba embravecido. Contra las paredes del paseo nuevo rompían unas olas gigantescas. Hubo incluso un señor al que una ola le cubrió por entero, todos los que estábamos por allí no pudimos evitar reírnos, la cosa hubiera cambiado si nos llega a ocurrir a cualquiera de nosotros...
Olas terribles

Tras dar la vuelta completa a Urgull nos acercamos a pasear un poco por la orilla de la playa de la Zurriola y al volver entramos a ver una exposición libre que había en el Kursal, no me enteré muy bien de que hiba, aunque en letras grandes ponía Art Brut, ¿arte bruto?, no creo.
Cruzamos el puente del Kursal para volver a al orilla izquierda del Urumea y poder ver otros dos edificios emblemáticos de la ciudad: El teatro Victoria Eugenia y el hotel María Cristina.
Volvimos a la orilla derecha del Urumea a través del puente de Santa Catalina. Ahí vimos las mansiones del paseo de Francia y la estación del tren, famosa porque la marquesina de la estación la diseño Gustave Eifeel.
Otra vez regresamos a la margen izquierda, esta vez usando el puente cosiderado más bello: el Puente de María Cristina.
Avanzamos por la zona centro de la ciudad y llegamos a la Plaza de Guipuzkoa, una de las más famosas de la ciudad y donde en uno de sus costados está el edificio de la Diputación de Guipuzkoa.
Como ya teníamos hambre decidimos hacer lo que todo lo visitante debe hacer en San Sebastián, comer de pinchos por la parte vieja, nos recorrimos dos de las calles típicas repletas de bares de tapeo: la calle Fermín Calbetón y la calle del puerto, sale un poco caro pero realmente merece la pena.


Puente de María Cristina
Kursaal

Después de comer nos retiramos a reposar la comida y a echarnos una buena siesta a la pensión, tuvimos la suerte de que cuando reanudamos la visita de la ciudad milagrosamente ya no llovía.
Esa tarde decidimos ir hacia Igueldo, el otro monte típico de San Sebastián. Atravesamos todo el paseo de la Concha y nos detuvimos a ver el hermoso Palacio de Miramar, este palacio de construyó para albergar a los monarcas que acudían regularmente a veranear a San Sebastián durante el siglo XIX en el cual la ciudad se convirtió capital del turismo.

Palacio de Miramar

Nuestra siguiente parada la dedicamos a ver el Peine de los Vientos, la famosa escultura de Eduardo Chillida.

Peine de los Vientos

Después cogimos el funícular que sube a Igueldo y donde se encuentra el antiguo Parque de Atracciones. A pesar de que a mi estos sitios no me emocionan (mi miedo al vértigo y a la velocidad pesan) este parque, al igual que del Tibidabo de Barcelona, me gustan porque tienen ese ambiente especial de parque de atracciones antiguo. La gran mayoría de atracciones del parque estaban cerradas debido a la lluvia y al mal tiempo, tuve suerte de no tener que montarme en nada (menos mal), sólo entramos a la mansión encantada, de lo poco que estaba funcionando. Desde aquí había unas vistas de la ciudad impresionantes así que aproveché para desenfundar la cámara de fotos.



Isla de Santa clara y monte Igueldo con niebla
Torreón y entrada a la casa del terror



Anochece en la bahía de la Concha


Después de bajar de Igueldo decidimos irnos a cenar y al cine, volvimos a pata hasta el Boulevard y entramos a ver el mercado de la Brecha donde hay un centro comercial y unos cines. Cenamos en el Pans and Company y después entramos a ver la película de Diamantes de sangre protagonizada por Leonardo Di Caprio y Jennifer Connelly, una actriz que me encanta. La película habla del sucio negocio del comercio con diamantes ilegales en países africanos como Guinea o Liberia. Tras la peli a dormir a la pensión.

A la mañana siguiente habíamos acercarnos a Pasaia (Pasajes), que está muy cerquita de San Sebastián. Yo ya había estado anteriormente pero tenía ganas de que lo viera Edith. Pasaia (que realmente son tres pueblos: Pasajes de San Pedro, Pasajes de San Juan y Pasai Antxo) junto a Trintxerpe y Lezo son lo s pueblos que rodean la bahía de Pasaia, auténtico puerto industrial y comercial de San Sebastián. Viendo esta zona parece que no han querido manchar a la siempre pulcra Donostia y han metido toda la suciedad generada por el transporte marítimo y la industria aquí. Ante las quejas de los vecinos ahora el puerto lo quieren sacar de esta zona hacia mar abierto y construirlo en las faldas del monte Jaizkibel, ante semejante propuesta los ecologistas y muchas personas con dos dedos de frente ya han dado la alarma.

Llegamos primero a Pasajes de San Pedro, ahí dejamos el coche y rodeando la bahía nos acercamos hacia nuestro destino: Pasajes de San Juan o Pasai Donibane. Este es el reducto turístico de la bahía, todos los pueblos que la rodean son industriales pero este es diferente, sus pequeñas casitas de piedra y madera forman un bonito pueblo pesquero. El pueblo discurre a lo largo de una única calle que va paralela al mar. Este pueblo también es famoso porque aquí vivió durante un verano Víctor Hugo y se dice que aquí escribió su novela Los Miserables. Para llegar a él hay que cruzar desde Pasajes de San Pedro con una pequeña motora que vale 50 céntimos. Nosotros además de recorrer sus bonitas calles aprovechamos para andar por el paseo que sale del pueblo en dirección norte hacia el mar cantábrico, desde aquí hay unas vistas brutales.


Pasajes de San Juan vista desde Pasajes de San Pedro


Puerto industrial
Vistas de la bahía saliendo hacia el mar



Extrañas formas en la roca


Saliendo de San Juan hacia el interior de la bahía se vuelve a retornar al paisajes industrial, enseguida se topa uno con grandes chimeneas, fábricas y astilleros.




Central térmica
Astilleros



Lechugas radioactivas

Habíamos reservado para las 5 de la tarde una sesión de Talasoterapia y como todavía eran las 2 decidimos acercarnos a Rentería a comer, nos dió tiempo a ver el casco histórico de la ciudad y poco más.
A las 5 ya regresamos a Donosti para entrar al Centro de Talasoterapia de La Perla Yo era reticente a entrar a sitios de estos de relajación pero la verdad que me no me disgustó. La talasoterapia consiste en buscar formas de relajación a través del agua salada del mar. Pagas 18 € por estar una hora y media en diferentes salas con piscinas tanto de agua caliente como fría, chorros de agua a presión que apuntan a diferentes zonas del cuerpo, jaccuzis y saunas.
Así pues, relajados y limpitos, regresamos a Logroño.